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El mas allá

La confesión más perturbadora de un sacerdote

Hace algunos años atrás, en la ciudad de Oaxaca, al sur de México, sucedió algo tan oscuro y perturbador que por más que ha pasado el tiempo, nadie ha podido olvidar. En aquella época, no existía alumbrado público y tampoco en las casas, por lo que las noches eran muy oscuras. Por eso, al caer la tarde, las personas se refugiaban en la seguridad de sus hogares. En la mente de muchos, quedó grabada la confesión más perturbadora de un sacerdote.

Evitando a los malhechores que solían aprovechar la oscuridad para cometer sus fechorías y de los borrachos que en horas de la noche buscaban problemas en las calles, en las noches, la ciudad era vigilada por los bien llamados serenos. Estos hombres recorrían las calles portando faroles y anunciando la hora y el clima.

Estos valientes estaban dispuestos a dar su vida por el bien de la comunidad. Cerca del centro de la ciudad, se localizaba una iglesia y convento a la vez, dedicado a la Virgen de La Soledad, la cual es visitada por cientos de fieles todos los días. En este lugar, muchos serenos empezaban su labor ya que primero se encomendaban a la Virgen, antes de hacer su trabajo nocturno.

confesion
Desde ese día, el sacerdote solía hablar solo y por haber escuchado la confesión de un muerto, perdió la audición.

La confesión más perturbadora de un sacerdote

Una noche de diciembre fría, silenciosa y oscura, ocurriría un acontecimiento terrible en la ciudad. Los serenos más antiguos que llevaban años en este trabajo, comenzaron a decir y sentir que aquella noche ocurriría algo malo. Nadie se podía acobardar y fue entonces, cuando estos hombres comenzaron sus recorridos.

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Las horas pasaban hasta que la calma se rompió, cuando a las puertas de la casa del sacerdote de la iglesia de la Virgen de la Soledad, alguien llegó y comenzó a tocar de forma desesperada e interrumpida. El sacerdote estaba ya dormido, pero tal fue el escándalo, que ni siquiera se pudo cambiar y con su vestimenta de dormir, el cura se acercó a la puerta y preguntó: “¿Quién es aquel que viene con tal urgencia?”.

A esto, una voz del otro lado de la puerta le contestó: “Ayúdeme, ha ocurrido algo terrible y por esto vine a interrumpirlo, perdóneme”. El sacerdote abrió la pequeña ventana que conectaba a la calle, era un hombre que le decía: “Padre, acaban de herir a un sereno, está en sus últimos momentos y necesita una confesión final y que le de los santos sacramentos”.

El sacerdote era un hombre de avanzada edad, sabía que esto era muy común y que por las noches las desgracias eran constantes. Entonces, se colocó un abrigo, su estola, el rosario nada más y salió lo más pronto que pudo.

Misterioso acompañante

Salió el sacerdote al lado del hombre. De forma callada, iban por la calle en busca del desafortunado sereno. Caminando de prisa, llegaron a un callejón donde estaba un hombre tendido en el suelo. Al verlo, el sacerdote se inclinó de inmediato sobre el moribundo y trató de levantar la cabeza del herido.

Apenas tocó el cuerpo, sus manos se llenaron de la sensación de la sangre aún caliente. Con la preocupación de auxiliar al hombre en agonía, el sacerdote olvidó al hombre que lo acompañaba y se concentró en el herido. Se inclinó para que su oreja se pegara a la boca del moribundo, al escuchar la confesión entrecortada por la respiración y su poco aliento de hablar, la cual se hizo larga y angustiante. Al terminar la confesión, el sereno murió.

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Al darse cuenta de esto el sacerdote, hizo un rito acostumbrado cuando alguien recién fallecía. Al terminar, comenzó a buscar al hombre que lo llevó hasta aquel lugar, pero se dio cuenta que estaba solo con el recién fallecido y que el acompañante se había marchado.

De terror

De pronto, al final de la oscura calle, apareció un destello que iba apareciendo poco a poco. Era otro sereno que pasaba por aquel lugar. El sacerdote lo llamó y cuando este se acercó e iluminó el lugar con el farol, no pudo creer lo que vio y el cura comenzó a decir: “No puede ser, es él”, “¿Es él?”, preguntó el sereno, “¿quién padre?. El cura dijo: “el mismo hombre que me fue a buscar en la iglesia para pedirme que socorriera al herido con la confesión”. E insistía: “es él, es él”.

Pues el hombre que lo fue a buscar, era el mismo que estaba tendido en el piso, a quien confesó y murió. Fue así como el padre desconcertado le contó al otro sereno que llegó, lo que estaba ocurriendo. Al principio no le creyó, pero al ver la cara de preocupación y de terror del sacerdote, se dio cuenta de que este decía la verdad.

Esta ha sido la confesión más perturbadora de un sacerdote. Las personas cuentan que desde ese día, el sacerdote solía hablar solo y que por haber escuchado la confesión de un muerto, fue perdiendo la audición del oído derecho.

Se dice que a pesar de haber absuelto de sus pecados al sereno y darle la unción, no olvidó la confesión de aquel hombre, ni la ayuda otorgada por la muerte al moribundo, para que cumpliera su último deseo de confesar sus pecados a un cura. Desde entonces, a este lugar se le conoce como El Callejón del Muerto.

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Para mayor suspenso, no dejes de ver la historia en el siguiente video clip.

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